Como Sant Jordi es una festividad especial, el de este infame 2020 fue un día triste: ni celebramos el amor por la literatura ni salpicamos las calles de rojo. Los barrios están desiertos y los libros acumulan polvo en los estantes de nuestras queridas librerías, ahora cerradas. Pese a todo, o precisamente por ello, quiero honrar al 23 de abril hablándoos de la que tal vez sea mi novela favorita: Jonathan Strange y el señor Norrell. Si por azares de la vida os interesa, cuando el confinamiento termine podríais visitar vuestra librería de referencia y rescatar un ejemplar.
Jonathan Strange y el señor Norrell nos traslada a la Inglaterra de principios del siglo XIX, en plenas guerras napoleónicas. Nadie recuerda que antaño la magia fuera algo vulgar de tan frecuente ni que Tierra de Duendes estuviera a la vuelta de la esquina. ¿Lo peor? Las hazañas del mayor hechicero conocido, el Rey Cuervo, se cuentan como una leyenda. Los pocos magos que quedan ―¿quién elegiría dedicarse a una profesión tan poco respetable?― se definen como «magos teóricos», estudiosos incapaces de obrar el conjuro más básico, o charlatanes de medio pelo que lanzan profecías sin ton ni son. La situación da un vuelco cuando un erudito cascarrabias (ambas cualidades, igual de llamativas), de nombre Gilbert Norrell, abandona su retiro en la campiña y deja boquiabierta a las gentes de Inglaterra con sus hechizos. ¡La magia ha resucitado! ¿Y si las habilidades de Norrell decantaran la balanza en la guerra contra Napoleón? A las órdenes del Duque de Wellington, Norrell acepta a regañadientes la tutela del libertino (y sorprendentemente talentoso en cuestiones mágicas prácticas) Jonathan Strange. Pese a la creciente rivalidad que acecha en el horizonte, juntos harán lo posible por devolver el esplendor a la denostada magia inglesa. Por supuesto, su coqueteo con artes pretéritas acarreará consigo sucesos terribles y el advenimiento de la Oscuridad.
En 2004, la escritora británica Susanna Clarke surgió de la nada con este novelón que se hizo con los premios Hugo, Locus y World Fantasy, entre otros. Lo llamo novelón no solo por su calidad y elegantísima prosa sino porque es un ladrillo de entre 800 y 1000 páginas, según la edición. No tiene desperdicio: si no cala, sirve de pisapapeles o arma arrojadiza. Nada menos que 10 años de dedicación le sirvieron a Clarke para construir un mundo rico, tan plausible y consistente como la realidad misma. La autora cita como influencias a Jane Austen (su escritora favorita), Charles Dickens, C.S. Lewis, Ursula K. Le Guin, Tolkien, Neil Gaiman, Alan Moore en su vertiente comiquera o Joss Whedon y el equipo de guionistas de Buffy, cazavampiros ―a ver quién la acusa ahora de estirada―.
En cada página hay observaciones ocurrentes que evocan el espíritu austeniano, cargado de ironía para criticar el clasismo de la época. No en vano, uno de los personajes clave de la novela es Stephen Black, un esclavo destinado a ser rey… aunque mientras tanto esté al servicio de uno de los variopintos nobles que pueblan la historia. Jonathan Strange y el señor Norrell es el epítome del clasicismo inglés decimonónico con el inconveniente, claro está, de estar escrita en el siglo XXI y hablar del resurgir de la magia.
«Rara vez hablaba de magia,
y cuando lo hacía
era como una lección de historia,
y nadie lo soportaba».
El currículum de Susanna Clarke apunta a que conoce a fondo el mundillo académico y sus mezquindades, del cual su acercamiento al estudio de la magia parece una parodia. Cuando lo esperable sería una visión romántica de los magos, la autora no solo presenta el estudio de la magia como algo tedioso (en las antípodas de Harry Potter, por ejemplo), con rencillas y celos profesionales entre magos, sino que Norrell pasaría sin muchos problemas por un insufrible director de tesis de quien el resto de magos busca aprobación. Usar a protagonistas al borde del ridículo o llevando a cabo hechizos que no controlan plenamente y alejarlos de una versión heroica e idealizada podría ser contraproducente, pero es una fuente de humor inagotable. Además, seamos claros, Clarke no es idiota: cuando toca, la magia se despliega con toda la épica que ansiamos como lectores. En cualquier caso, la desmitificación de algo supuestamente deslumbrante contribuye a que la existencia de magia se disuelva en el día a día de la sociedad pre-victoriana como una actividad cualquiera a la que no se presta especial atención. Si aspiramos a escribir un libro a caballo entre ficción histórica e historia fantástica ―cualquier etiqueta será inexacta―, los hechos a gran escala no pueden desviarse en exceso de lo ocurrido. Las guerras libradas a título personal son otro cantar.
La construcción de esta Inglaterra alternativa es excelente, reflejando las esferas sociales y dando tanta importancia a lo dicho como a lo implícito. Si se me permite el anglicismo, tiene un worldbuilding para quitarse el sombrero (de copa). Además, la historia resulta perfectamente verosímil porque personajes reales y ficticios están trabajados con esmero y sus relaciones son tan orgánicas que de buenas a primeras cuesta discernir el origen de cada cual. Yo, que no soy experto en historia inglesa (ni en ninguna otra), con frecuencia echaba mano de Internet. «¿Existió tal personaje? ¿Sucedió tal evento?». Para afianzar esta sensación, el libro cuenta con infinitud de notas a pie de página que van de la anécdota a conformar una crónica de la magia en Inglaterra.
«¡Magia! ¡No me hablen de magia!
En la magia, como en las demás cosas,
todo son inconvenientes y desengaños».
George Canning, ministro de Asuntos Exteriores
Juntas, las notas al pie llenarán un centenar largo de páginas. Hasta que no se comprueba por uno mismo, no se es consciente de la magnitud de este detalle que se ama o se odia. Según he comprobado, la diferencia es capital: lo primero podría llevaros a escribir una reseña como esta; lo segundo, a abandonar el libro en los primeros capítulos. Por ejemplo, mucho antes de que se presente a Jonathan Strange, sabemos de su existencia mediante referencias bibliográficas en los pies de página, donde se habla de él en calidad de discípulo avanzado del viejo mago Norrell y otros datos de relevancia cuestionable. Esta es la razón principal por la que recomiendo leer Jonathan Strange y el señor Norrell en formato físico ―no enloquecer con las notas a pie de página debe ser un reto aún mayor en digital―.
La novela está dividida en tres partes. El adusto señor Norrell protagoniza la primera y no se conoce a Jonathan Strange hasta la segunda ―de la tercera prefiero no hablar para mantener el misterio―. Es un dato chocante puesto que no solo se nombra a Strange en el título sino que aparece en primer lugar, con nombre y apellido. A medida que leemos, «¿Quién será Jonathan Strange?» se va sustituyendo por «¿Cuándo diablos saldrá Strange?». Su aparición en escena puede llegar tarde para algunos lectores, hastiados de la aspereza de Norrell, un protagonista con el que de entrada cuesta empatizar y empapa sus páginas de academicismo y pedantería. En contraste, Strange implica diversión; es un soplo de aire fresco para la historia, reflejo de su carácter juguetón. La espera merece la pena porque la dinámica entre ambos es uno de los motores de la novela. Asimismo, el arco narrativo de Strange es fascinante; junto con Stephen Black, es el personaje que experimenta la transformación más notoria ―con Arabella o Childermass rondando por ahí, en modo alguno afirmo que los demás sean planos―.
―¿Puede un mago matar a un hombre por arte de magia? ―le preguntó Lord Wellington.
Strange frunció el entrecejo. Pareció que no le gustaba la pregunta.
―Supongo que un mago podría ―admitió―, pero un caballero, jamás.
Norrell y Strange son individuos antitéticos. Son Mozart y Salieri, el talento y la disciplina. Solo los une la fascinación por la magia, el mundo feérico y sus habitantes, hadas y duendes, cuya motivación real es a menudo inescrutable. Los sidhe, las criaturas mágicas, aquí están personificados en «el caballero de pelo como el vilano del cardo» ―así lo llaman―, lo más parecido a la némesis de esta historia, una presencia insidiosa que poco a poco va intoxicando cuanto toca. No es necesariamente malvado, sino que su naturaleza e intereses difieren de los humanos. Además, es el propio Norrell quien decide invocarlo en beneficio propio y solicitar su ayuda a sabiendas de que habrá un peaje considerable, inaprensible desde un punto de vista mortal. Como conflicto moral e incidente que pone en marcha el grueso de la trama es perfecto.
Creo que si se alcanza este punto, Jonathan Strange y el señor Norrell tiene números para atraparte. Reconozco que es difícil: no es una novela para todos. Los mismos rasgos que unos apreciamos son vilipendiados por otros. ¿Los pies de página? Puede que sean un pelín excesivos ―lo admito: la mayoría son opcionales―, pero también son arriesgados y le dan personalidad al modo en que conectan las piezas de este mundo. ¿Divaga? Tal vez. Recuerdo llevar un buen cacho leído y no tener verdadera idea de adónde iba todo aquello, pero lo estaba pasando fenomenal y Susanna Clarke escribe con tantísima gracia que no podía sino seguir.
«Llevaba un vestido color tormenta,
sombra y lluvia, y un collar
de promesas rotas y pesadumbre».
Me tenía hechizado con entornos cambiantes, amores imposibles, descripciones sinestésicas que te rompen la cintura, obsesiones variadas, representaciones muy cuerdas de la locura, personajes estúpidos de tan sabios (y todo lo contrario), ese narrador metomentodo que echa abajo la cuarta pared porque ya no viene de ahí… Está contada con tanta originalidad e imaginación que avanzaba con la certeza de que, en manos de esta autora, todo era posible.
Hay historias con las que no sabes de qué puente colgarte a las 200 páginas, mientras que hubiera leído otro millar de Jonathan Strange y el señor Norrell. Simplemente no quería que se acabara. No es una novela para todos, pero ¿y si fuera para ti?
Saludos y hasta más leer.
REFLEXIONES DE BAR
- He mentido al decir que la autora salió de la nada. Se la conocía en círculos literarios por un par de relatos que a posteriori fueron el germen del mundo de Jonathan Strange y el señor Norrell. Dos años después de este, en 2006, los publicó junto a otros en la antología Las damas de Grace Adieu. Tiene destellos de brillantez y disfruté leyéndola, pero como tenía la expectativa por las nubes me supo a poco.
- En general prefiero que las novelas no tengan ilustraciones. En este caso, los lápices y ceras de Portia Rosenberg tienen un estilo que conecta con las publicaciones de la época en la que supuestamente ocurrió esta historia.
- La salida de Piranesi está prevista para septiembre de 2020. Tras casi quince años de silencio, el regreso a la novela de Susanna Clarke se zambulle de nuevo en el género fantástico, esta vez (parece) con toques de horror gótico. Tanto me da: me leería cualquier cosa escrita por ella. Por lo pronto, ya me ha descubierto un artista excepcional.
- Me despido recordándoos que en 2015 la BBC adaptó a televisión Jonathan Strange y el señor Norrell. Son solo 6 episodios con excelentes reseñas, pero sin verla no puedo compartir mi opinión. Alegraos, o esto se estiraba cuatro párrafos más :p