Puede que el nombre de este blog, The Glenskehy Reports, os dé una pista. El caso es que somos fans de Irlanda: sus gentes, siempre afables y dispuestas a echar una mano al turista despistado ―si la pinta de Guinness a medio beber tiene un posavasos encima, ¡esa mesa está ocupada aunque nadie esté a la vista!―; su paisaje frondoso, verde esmeralda y rebosante de vida; su hermosa cultura… Este rollo random viene a cuento de que una cosa llevó a la otra, nos interesamos por la ficción autóctona en varios formatos y acabamos viendo Love/Hate.
Si la semana pasada os hablábamos del Londres callejero en The Gentlemen, en esta hacemos lo propio con sus vecinos del norte. El glamour cede ante el realismo y la violencia se torna auténtica. Love/Hate es una serie de 5 temporadas cortas (28 episodios en total) que se emitió entre 2010 y 2014 en la RTÉ, la cadena nacional irlandesa. Fue un éxito sin precedente en su tierra y algunos la consideran la mejor serie irlandesa de la historia. Se la compara con tótems como The Wire o Los Soprano; ahí es nada. Con semejante carta de presentación, removimos cielo y tierra para conseguir verla entera ―con subtítulos, claro, porque la jerga irlandesa tiene miga― . Ahora que la hemos acabado, no lamentamos en absoluto el esfuerzo.
La trama arranca con un ajuste de cuentas en Dublín: un muchacho es tiroteado justo al salir de la cárcel. Es un sicario de John Boy, líder de una de las bandas callejeras en alza, y cumplía condena por lo de siempre: mover caballo de aquí allá, dar un golpe a tal banda rival… El chaval muerde el polvo, pero el pez gordo sigue nadando. Es el día a día de un montón de jóvenes que solo piensan en drogarse e ir de fiesta como válvula de escape porque la realidad les resulta anodina. Para ellos no hay futuro en Irlanda. John Boy no tiene reparo en facilitarles los vicios a cambio de favores. Algunos jamás salen de ahí porque no conocen otra cosa o simplemente no tienen cerebro para concebir nada mejor.
Uno de ellos es Tommy, el guapo cabeza hueca cuyos líos de faldas tienen más peligro que las misiones de John Boy. Elmo y Aido le van a la par, pero para ponerse hasta las cejas de coca. Otros, como el cachondo pero ambicioso Nidge, no dudan en ofrecerse voluntarios para cubrir la primera línea de fuego y ganarse la confianza del jefe paso a paso ―algo complicado cuando el tipo no se fía ni de su sombra―. El tercero en discordia, Darren, regresa a Dublín tras un exilio forzado para encontrarse con una familia destrozada y a su antiguo amor en brazos de otro hombre. Pese a la adversidad, lo mueve la certeza de ser capaz de hacer las cosas bien. Esta vez, sí.
«What’s the story?»
John Boy y sus lugartenientes son el eje Love/Hate. Al margen de los embolados en que se ve envuelta la banda, la serie tiene claro que los personajes se crecen de puertas adentro. Por eso siempre hay rencillas entre ellos, juegos de lealtades, sospechas, segundas intenciones… e incluso genuina amistad. Aidan Gillen (Meñique en Game of Thrones) compone a John Boy como alguien retorcido y astuto, frío pero a la vez capaz de cualquier cosa por proteger a su hermano Hughie (Brian Gleeson), un drogadicto descontrolado con el pack básico de sesera para pasar al día (como la mayoría de sus lacayos). ¡Proteger a un idiota de sí mismo es una tarea titánica! Pero no se llega a cabecilla si te falta un hervor o visión estratégica. John Boy es un iluminado entre los suyos; conoce el camino y avanza por él en solitario perseguido por sus demonios. Huelga decir que Gillen es perfecto para el papel.
Un excelente Robert Sheehan alejado de su imagen más alocada (Misfits, Umbrella Academy) da vida a Darren. Es el alma de la serie y ejemplifica como ninguno la lucha interna entre el deseo por empezar de cero, lejos de sus raíces, y el no dejar en la estacada a sus viejos colegas. Pero cada paliza, cada robo, cada pacto sellado con sangre ensombrecen al hombre que ansía ser y lo empujan un paso más hacia el fondo del abismo. Una vida con su amada Rosie podría ser la salvación de ambos, y nadie mejor que Ruth Negga para transmitir con solo una mirada el dolor de ver cómo se quiebra aquello que amas. Son una pareja formidable que despierta ternura en un mundo de muerte y corrupción. El final feliz está al alcance de su mano; solo tienen que desearlo y confiar el uno en el otro.
Finalmente, Nidge y Tommy completan el cuarteto protagonista. El primero (Tom Vaughan-Lawlor) es una amalgama de matices y dobleces, un superviviente nato, el reptiliano en acción. Nidge siempre tiene un plan B… y Tommy (Killian Scott) es el hombre ideal para ejecutarlo. Es músculo, un tipo leal y un buen amigo, sin maldad a pesar del contexto. Los destinos de Nidge y Tommy están ligados de un modo que son incapaces de prever. Además, por Love/Hate pululan una docena de secundarios con los que uno se familiariza y se pregunta si escalarán posiciones hasta el puesto de protagonista o les meterán una bala entre y ceja en los próximos cinco minutos. La tasa de bajas es digna de un guion de George RR Martin: encariñarse está prohibidísimo.
Durante las 5 temporadas, entran y salen personajes al estilo anglosajón, sin encallarse en tramas eternas ni miedo a renovar caras. Por ejemplo, Siobhan, la joven sobrina de Nidge, o Fran, líder de una banda rival, amplían las posibilidades narrativas de la serie y abren puertas inesperadas. También se siente cómoda con actores que rehuyen despliegues de belleza o ingenio. Los diálogos son ágiles y creíbles porque la grandilocuencia es innecesaria cuando el fondo se cimenta tan bien. Entre los pocos aspectos negativos, se echa en falta mayor relevancia de personajes femeninos, una tara inherente al género criminal. La mayoría de mujeres queda relegada a segundo plano (novias de, mujeres de, amantes de) o sus líneas son meras subtramas. No es un asunto que quede completamente desatendido, pero para una serie que se mueve en tantos frentes hubiera sido fácil poner más peso a ese lado de la balanza.
La primera temporada, de solo cuatro episodios, parece una presentación y el envoltorio es mejorable: dudoso gusto musical, montaje y planos de segunda, ritmo irregular… Sin embargo, tiene un carácter genuino, casi folletinesco, que empuja a seguir viendo, y grandes actores empujando la rueda. El aguante vale la pena porque Love/Hate estalla en la segunda temporada. Es como si en la cadena alguien hubiera dicho «Que la idea funciona y tenemos a Irlanda en vilo: ¡untémoslos de pasta!». A partir de este punto la producción mejora una barbaridad, las relaciones entre personajes se vuelven más ricas y las tramas demuestran tanta ambición como el traicionero Nidge. El resto de capítulos aumenta el peligro de forma exponencial, nunca dejan de rodar cabezas y hasta el IRA asoma la patita. Todo ello se cuece con el aroma inconfundible del Dublín suburbial, pues Love/Hate nunca olvida de dónde viene ni de quién habla.
¿Hablamos de la mejor serie irlandesa de la historia? Ni idea, pero si sabéis de otra que se acerque a Love/Hate, ya tardáis en escribir.
