Empezar leyendo El club de la lucha fue un error. Después de la película de Fincher, es imposible no imaginar los rasgos de Edward Norton como los del narrador, los de Brad Pitt para Tyler Durden y a Helena Bonham Carter como la enigmática Marla. También desaparece la sorpresa. En contrapartida, se aprecia desde el principio cómo Chuck Palahniuk estructura su novela y esconde pistas: «Lo sé porque Tyler lo sabe» parece un mantra que, como ya sabréis, al final obtiene una explicación. El propio escritor confesó sentirse avergonzado de su libro tras ver la adaptación. ¡Qué inusual! ¿Cuántos escritores son así de críticos con su obra? Si bien El club de la lucha no me convenció, tiene elementos que lo hacen único, como a Palahniuk, cuyas declaraciones despertaron mis simpatías. Quería leer algo más del autor y un buen amigo me recomendó Nana (Lullaby). Veamos de qué va.
Carl Streator trabaja en un reportaje sobre muerte súbita infantil. Su jefe insiste en que encuentre los factores de coincidencia entre los distintos casos. Streator, observador por necesidad, halla una única y extraña constante: en el momento de la muerte, a todos los bebés les leían la misma nana africana. ¿Es posible que las palabras de un libro tengan el poder de quitar la vida? Tras verificar su hipótesis de forma poco ortodoxa, Streator deduce que no es el único en posesión del secreto de la canción sacrificial. Una tal Helen Hoover Boyle la ha utilizado antes que él, no le cabe la menor duda. ¿Hay alguien más? ¿En cuántos libros está la letra y dónde se encuentran? ¿Habrá otros conjuros escondidos por el mundo? Streator se embarca en la misión de encontrarlos y destruirlos para que no caigan en malas manos (no peores que las suyas).
Una vez se acepta el punto sobrenatural de partida, choca la baja catadura moral de los personajes. Pese a alarmarse por el bajo coste de matar, Streator se vuelve adicto a usar la canción sacrificial y comienza a recitarla por la menor afrenta —o lo que él considera una provocación— . Helen es pragmática, excéntrica y peligrosa, todo un personaje cuyo sentido de la justicia depende de quién sea el mejor postor (y de sus propios intereses, por supuesto). Mona, la asistenta de Helen, es una criatura fruto del espiritualismo new age más desviado que está al tanto de los tejemanejes de su jefa y, en fin, un trabajo es un trabajo, ¿no? Su novio, Ostra, es un hippie surfero que enarbola causas animales y medioambientales. Es una voz de la conciencia humana capaz de hacer que sientas asco y remordimiento por cualquier cosa que nuestra sociedad considere «normal» (¡qué palabra tan peligrosa!).
Nana rezuma nihilismo por los cuatro costados. Streator, Helen, Mona y Ostra se comportan como una familia disfuncional en la que cada miembro cumple un propósito. No se llevan bien pero se necesitan: están solos en el mundo y nadie más les entiende. Sus protagonistas no tienen nada que perder, lo que les lleva a cometer actos cuyas consecuencias pasan a segundo plano. Juntos emprenden un viaje de búsqueda que, por supuesto, también es interior y activa ciertos mecanismos de cambio… en algunos de ellos. Por supuesto, se cuestiona la corrupción del poder absoluto. Si ahora mismo pudierais acabar con una persona (por decir la cifra mínima), ¿lo haríais? ¡Claro que no! ¿Y si garantizan que os saldríais de rositas? Quizá sea mejor que no lo pregunte otra vez.
Nana también es una apología del silencio. O una crítica del ruido, del consumismo, de la sordera intelectual. Si estamos distraídos no podemos pensar. Si no podemos pensar, somos esclavos del sistema. Es un aspecto de la novela que arranca con fuerza y poco a poco se deshincha hasta el punto de no saber muy bien la relevancia del papel que juega. Palahniuk abusa de la repetición de estructuras y frases ( «Esos ruidoadictos. Esos silenciofóbicos»), lo cual ayuda a conformar un estilo sencillo que se nutre del mal rollo y ahonda en lo malsano como territorio donde dar forma al aspecto más recóndito del ser humano. Mediante el martilleo consolida ideas y conceptos: es literatura invasiva. Hace falta estar de un humor particular para entrar en su universo de personas que han tocado fondo y son el peor enemigo de sí mismas.
«A la gente que amas les puedes hacer cosas peores que matarlos.
Lo normal es quedarse mirando cómo el mundo lo hace por ti».
La presencia de personajes extremos funciona como nexo con El club de la lucha. Sin embargo, da la impresión de que la historia de Streator y la canción sacrificial tiene un punto de divertimento pasado de rosca en que la denuncia social queda eclipsada por un enfoque fantástico. Es fácil entrar en la trama y difícil seguir ahí (repeticiones cansinas, sordidez, lo repugnante de algún episodio), pero los pequeños enigmas y buenas ideas esparcidas por el texto invitan a seguir leyendo. En su tramo final toma carrerilla y consigue encarrilar el relato; en mi opinión, deja una sensación satisfactoria. Por supuesto, estar en completo desacuerdo y detestar este libro de cabo a rabo es una opción perfectamente válida.
Saludos y hasta más leer.