¡Mickey Pearson se retira! Se rumorea que el rey de los bajos fondos londinenses, que se codea con la aristocracia británica y cuyo emporio de marihuana funciona como la seda, ahora solo ansía retozar con su amada Rosalind —ella no lo tiene tan claro— y disfrutar de la libertad que se ha ganado con sudor (propio) y sangre (ajena). ¿Será cierto? Fletcher, un periodista sin escrúpulos que quiere sacar tajada, y Raymond, mano derecha de Mickey, defienden versiones opuestas de la historia. Entretanto, la posible venta de tan lucrativo negocio despierta el interés de la mafia china, inversores de altos vuelos, una panda de chavs de etiqueta y, para colmo, aviva las ansias de venganza por una vieja afrenta…
Si repasamos la filmografía de Guy Ritchie, The Gentlemen supone el retorno a la senda gangsteril que le dio fama pero abandonó en 2008 con Rock’n Rolla. Me declaro fan de sus películas de Sherlock Holmes ―espero la tercera con ganas―, me divertí de lo lindo con Man from U.N.C.L.E. y el live action de Aladdin me pareció entretenimiento bien defendido ―la pirueta no era fácil―. Por eso, las voces de «Guy Ritchie ha vuelto» se me antojan extrañas porque yo no lo había echado realmente de menos. Considero más justo afirmar que «Guy Ritchie ha vuelto… a sus orígenes». Dicho lo cual, The Gentlemen es un espectáculo de principio a fin.
La historia avanza gracias a la energía rabiosa de Fletcher, un narrador no fiable con tendencia al dramatismo que encuentra su contrapunto en la figura de Ray, casi cómico en su estoicismo. Como buen periodista dado a la fantasía, Fletcher exagera y cuenta los hechos de un modo más cercano a sus deseos y necesidades que a la escurridiza verdad. En este aspecto, la habilidad de Ritchie para mezclar tramas y saltar de un punto a otro de la narración le insufla ritmo a la película. No obstante, el acierto más vistoso de The Gentlemen es su elenco de estrellas.
Ritchie no ha escatimado en talento y se ha rodeado de nombres potentes en la industria. Después del recital interpretativo en la maravillosa e hiperbólica Cloud Atlas, tuve claro que Hugh Grant era mucho más que un tartamudo enamoradizo o un seductor despiadado, roles en los que a menudo se le encasilla. Con Fletcher y su código deontológico de rebajas recrea la bajeza de un tipo viscoso a la par que tremendamente divertido. Verlo entregarse al personaje es una delicia. Hunnam, a veces tachado de inexpresivo, mide cada entonación y movimiento para dotar a Raymond del grado exacto de amenaza que requiere no mancharse el traje. McConaughey se marca un Paul Newman con Mickey Pearson: presencia, clase, carisma. Lo tiene todo. ¿Actúa, siquiera? Michelle Dockery (Rosalind) se come la pantalla y dispara diálogos cortantes que desinflan tanta testosterona. Colin Farrell deja huella con cada segundo del memorable Coach —¡qué chándales tan magníficos!—. Finalmente, Henry Golding defiende como puede al mafioso con ínfulas Dry Eye, lo que me lleva a los apartados donde la película flojea.
«There’s fuckery afoot.»
Rosalind (Michelle Dockery)
El punto débil es que con The Gentlemen ha vuelto una temática querida por el director británico pero también un par de vicios asociados. Por fin se está entendiendo que la mujeres tienen cabida en el «cine de machos» ―y no hay nada más macho que una peli de gánsteres de Guy Ritchie―, pero Rosalind sigue siendo la partenaire, la clásica dama en peligro. ¿Para qué se molestan en dotarla de un ejército de mecánicas y lo dejan ahí? Hay poca diferencia conceptual entre los planos gratuitos del taller y el vídeo de Dangerous de David Guetta. En cualquier caso, el magnetismo de Dockery es tal que su breve papel, si bien se aprecia la dirección tomada, se siente como una oportunidad perdida —ah, y sigue siendo 12 años más joven que McConaughey, por muy estupendo que esté el hombre a sus 50 años—. El otro asunto delicado es el racismo en forma de cliché con asiáticos y negros: el segundo se sortea con humor —que hará más o menos gracia—, pero con el primero se da de bruces al perpetrar una serie de estereotipos y ocurrencias tan forzadas como de dudosa eficacia… Phuc, seriously? Es un nombre vietnamita, no chino, aunque también es probable que se pretendiera ilustrar la incultura de los personajes. También se me ocurren estrategias más eficaces y menos sexistas para demostrar el carácter depravado de un sicario que las mostradas por Dry Eye. También está lo de afear a un personaje (dientes mellados, en este caso) para reflejar la vileza de su alma; es un recurso pobre. No me voy a extender más: son detalles que están ahí y, cuando se repara en ellos, la impresión general decae.
Por otra parte, el largo párrafo anterior es como la aguja en el pajar, pues The Gentlemen destaca por sus virtudes. Como ya he comentado, los actores (y la actriz, sigh) son perfectos para sus personajes y la electrizante trama te tiene atrapado durante casi dos horas. Es una película dinámica, perfectamente interpretada, rodada y montada. Por encima de todo, es muy divertida. Además, creo que tiene otras capas que dan pie a la reflexión. Por ejemplo, se hace hincapié en la pérdida de valores de las nuevas generaciones (los hijos de los aristócratas, los muchachos luchadores de Coach) y se insiste en la importancia de un código moral. Igual me he vuelto loco con esto, pero la etiqueta en el vestir busca reflejar la rectitud del pensamiento, ya sea un traje de sastre de miles de dólares o un estupendérrimo chándal de cuadros —por cierto, existen—. Incluso el título, The Gentlemen, apela a la camaradería. La pulcritud y los modales denotan valores, lo cual es especialmente importante en un contexto de exclusión social —el personaje de Coach es clave en esto—. Se contrapone repetidamente lo clásico a lo moderno, la experiencia de la edad al ímpetu de la juventud. Ya sean mansiones en decadencia, herencia de un mundo en declive, o el lenguaje audiovisual hiperestimulante (y alienante) de TikTok, el director (también guionista) demuestra comprender las distintas caras del mundo que habitamos. Que compartamos sus conclusiones es un debate distinto.
En definitiva, os recomiendo The Gentlemen si os gusta el cine de Guy Ritchie, el de Tarantino —con quien comparte cierta sensibilidad— o queréis pasar un buen rato en compañía de una panda de adorables delincuentes.
REFLEXIÓN ENFURRUÑADA DE BAR
- Una apreciación con tintes de acusación que últimamente encuentro en diferentes medios, y de la que The Gentlemen no se libra, es que algo es complicado. Dicho en otras palabras: que hay que prestar atención para seguir la trama. Bien, ¿cuál es el problema? Has ido al cine a ver una película. ¿Preferían un hilo en cómodos tweets? ¿Mejor una lista numerada de Power Point? Con frases breves, a poder ser… La historia no es en absoluto compleja pero, claro, si pretendemos «ver» la película mientras miramos el móvil y chateamos con amigos o lo comentamos por Twitter en tiempo real (así es como ciertas personas consumen series), quizá el problema no lo tiene la película. Quizá the times they are a-changin’, pero desde mi atalaya bloguera reivindico el derecho a ser un viejo cascarrabias y mandar a paseo a quienes no son capaces de implicarse dos minutos en una misma actividad.
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