Cuando una historia se titula Normal People, dad por hecho que no pretende hablarnos de gente corriente. La serie de televisión está basada en la novela homónima de Sally Roonie —a quien los asiduos a este blog ya conocerán— y se centra en la relación entre Marianne y Connell desde el final del instituto hasta la época universitaria.
Olvidémonos de pijos neoyorquinos o escenarios de copia y pega. Normal People ocurre en la bella Irlanda, nada menos que en Sligo. Marianne es una chica adinerada y solitaria a quien la abundancia no hace feliz. Quizá daría por bueno el tópico irlandés de que en Sligo solo hay vacas y paletos, pues mira a sus compañeros de instituto por encima del hombro. Tiene sus motivos: ellos le hacen bullying y ella los considera escoria. Sin embargo, se interesa por Connell, un chico inteligente y discreto, popular a su pesar por ser el capitán del equipo de fútbol gaélico. Coinciden por una casualidad que pone de relieve la diferencia social entre ambos, pero conectan gracias a sus gustos literarios y atracción mezclada con curiosidad. A partir de este punto, pactan llevar una relación en secreto.
Olvidémonos también de protagonistas intachables. Marianne es retorcida y Connell la ningunea en el instituto por miedo a desmarcarse de la presión de grupo. El guion no se corta a la hora de introducir temas peliagudos como sexo entre adolescentes y la crueldad de estos, conductas autodestructivas, enfermedad mental o la endogamia de los pueblos pequeños, agujeros negros de los que huir para evitar ser consumido por la rutina y la mediocridad.
Normal People es una serie contemplativa. Abundan los planos largos y las miradas. Los silencios. Marianne y Connell están perfectamente encarnados por Daisy Edgar-Jones y Paul Mescal —si bien son demasiado agradables de mirar, ejem—. Juntos están a gusto y pueden ser ellos mismos sin justificarse. Sin su innegable química en pantalla (también fuera de ella), la serie no calaría como lo ha hecho.
La factura visual se contagia de esta cercanía. Los capítulos están rodados en un tono natural e intimista que le sienta bien tanto a la historia como a las abundantes y desinhibidas escenas de sexo —le dan al tema como si no hubiera un mañana—. Son complicadas de rodar y en general nos sobran, pero aquí al menos tienen relativo buen gusto. El aire decididamente vintage es menos eficaz en la banda sonora, con temas más o menos populares que por separado suenan adecuadamente pero que en conjunto forman un batiburrillo sin la personalidad desmarcada de otros aspectos de la serie.
«I love you. And I’m not going to feel
the same way for anybody else.»
Connell Waldron
Las tensiones entre Marianne y Connell surgen de la falta de comunicación, o de no saber expresar cómo se sienten. En demasiadas ocasiones la trama avanza a golpes de elipsis tras las cuales reencontramos a nuestros protagonistas en una nueva situación incómoda que terminan por resolver. Y vuelta a empezar. La serie traslada fielmente los eventos de la novela, conque poca objeción puede haber a este respecto, pero es una estructura repetitiva y algo cansina. En contrapartida, para trasladar el tiempo presente introspectivo del original, la dirección de Lenny Abrahamson y Hettie Macdonald confía en la habilidad de los solventes Edgar-Jones y Mescal, capaces de transmitir su mundo interior sin abrir la boca.
Si la adolescencia nos queda lejos, el drama que salpica las vidas de Marianne y Connell quizá nos resulte ajeno, pero el efecto de urgencia y desesperación que suele teñir esos años está conseguido. Cada obstáculo es el fin del mundo. En nuestro caso, no podíamos evitar pensar que la epicidad romántica de esta pareja tiene unos cimientos endebles. También hay quien afirma que la buena sintonía sexual supone el 80 por ciento de éxito en una relación, así que cada cual lo cogerá como mejor le venga. En cualquier caso, una vez aceptada la premisa, el desarrollo es coherente.
¿Transmitimos lo que queremos y nos mostramos como realmente somos? ¿Nos adaptamos por encajar en cómo nos ven los demás? Normal People plantea que no importa lo dañados que estemos. Es posible aprender a querernos y, por extensión, establecer vínculos sanos con quienes nos rodean y encarar el futuro con las herramientas necesarias para salir adelante. En un mundo tan confuso, de mensajes contradictorios, se agradece una historia que aporta esperanza.