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Póster promocional de Claus Studio para encabezar un artículo sobre la serie «Death, Love + Robots» (Netflix, 2019).

Asociar el nombre de David Fincher a un proyecto genera salseo inmediato. Tim Miller era un semidesconocido hasta que dirigió Deadpool y demostró por enésima vez que, con una idea potente y mucho arte, yendo justo de presupuesto la taquilla también puede saltar por los aires. Fruto de su colaboración como productor y showrunner, en marzo de 2019 nació Love, Death + Robots, una antología de 18 cortos animados cuyo tráiler «solo para adultos/gente retorcida» prometía excelencia técnica, transgresión y gamberrismo: lo mejor de ambos mundos. Como base de los guiones, relatos de John Scalzi, Ken Liu, Alastair Reynolds y otras plumas destacadas. Así es fácil imaginar a la omnipresente Netflix tirándoles fajos de dólares a la cara, salivando al intuir el negocio que se traían entre manos, una revolución animada similar a las de Animatrix o, en su día, Heavy Metal. Digamos que acertaron a medias.

Como escaparate del estado actual de la animación comercial (no experimental), Love, Death + Robots es notable. Aunque toda ocasión es útil para recordar que hay vida más allá de Disney-Pixar-Dreamworks, soy incapaz de mantener a mi espíritu crítico aletargado. Sin que ningún corto sea una calamidad, creo que la serie se estrella contra un marketing excepcional y la expectativa generada (un clásico). Las antologías son irregulares per se y las 18 historias presentadas confirman la tendencia. Les hubiera salido redondo depurando la selección, pero prefirieron un cañonazo al vacío y que algo de metralla diera en el blanco. No hablo del abanico de géneros sino de calidad individual. Amparándose en el despliegue técnico, la mayoría de cortos se contenta con el efecto fácil (sexo y violencia) o la sorpresa del giro final. Da la impresión de que no se ha evolucionado un ápice desde la llegada del anime adulto en los 90, vendido en televisión como un producto con saturación de testosterona. Seguro que el tipo de tráiler os resulta familiar.

Imagen del cortometraje «The Witness», parte de la antología «Death, Love + Robots» (Netflix, 2019).

Dejar la narrativa en segundo plano me parece imperdonable. En el campo de la animación 3D, creo que hemos rebasado el momento en que el hiperrealismo ejercía de gancho. En las escenas cinemáticas de cualquier videojuego actual encontramos un nivel parejo al que aquí se muestra. Además, la sombra del valle inquietante (uncanny valley) ha hecho trastabillar a gigantes, como Leia y Moff Tarkin en Rogue One, e hitos visuales como Final Fantasy envejecen deprisa —me defiendo de antemano argumentando que los Na’vi de Avatar (otro nivel) no son humanos de rasgos identificables—. En Blade Runner 2049, lograr que la replicante Rachael fuera idéntica a la Sean Young de 1982 supuso casi un año de trabajo de un equipo de VFX. ¿Vale la pena emplear ese esfuerzo en una película de animación? En mi opinión, no. La estética solo es una parte del conjunto y un pequeño desliz puede dar al traste con la inmersión. En el caso concreto de Love, Death + Robots, creo que los cortos que mejor funcionan son los que desarrollan ideas, cuentan bien una historia (en tono serio o humorístico) y, sobre todo, alejan el estilo animado del realismo.

La antología de Fincher y Miller cuenta con un diseño de producto de lujo, pero la consistencia del mensaje es confusa. Da la impresión de que los cortos más potentes están ahí por azar, por haber desoído los parámetros marcados. ¿Amor? Poco. Acaso sexo explícito y desnudez, que en general se sienten forzados. En esta línea, hay deslices como The Witness, una virguería visual que acaba sirviendo de excusa para mostrar a una jovencita corriendo por la ciudad en cueros, que «casualmente» trabaja en un club de BDSM —en el cual asistimos a un pase privado, cómo no—. Para colmo, remata con un final de esos que te llevan a cuestionar en qué inviertes tu tiempo. Sé que con esto voy a la contra porque ganó un Emmy en la categoría de cortometraje, pero yo lo sentí como una decepción debido al potencial desperdiciado.

Por suerte existe Spider-Man: Into the Spider-Verse, una obra de arte que demuestra la idoneidad de esta técnica si la acompaña una buena historia y un estudio de personajes sólido. Si, como a mí, The Witness os deja mal cuerpo, haceos ya mismo con la película del trepamuros ―os doy mi palabra de que no lo lamentaréis―. La siguiente constante de Love, Death + Robots es la muerte. De eso encontramos, desde luego, y también violencia a raudales, pues que alguien palme con o sin sentido ha servido toda la vida como recurso frecuente para zanjar historias. En el formato del cortometraje está especialmente manido (el citado efecto fácil). Finalmente, en lugar de robots hubiera sido más honesto invocar a la «tecnología» pero se hubiera perdido el componente pulp molón que otorgan IA asesinas, dinosaurios, dragones, zombis, mechas, vampiros, hombres lobo o escriba usted aquí su placer culpable favorito. No temáis el arranque de un discurso sobre gentrificación de lo friki porque todo lo expuesto me parece perfectamente legítimo.

Imagen del cortometraje «Beyond the Aquila rift», parte de la antología «Death, Love + Robots» (Netflix, 2019).

Se supone que Love, Death + Robots va dirigido al público adulto, pero me da que agradará especialmente a adolescentes eternos con ganas de sangre y porno blando, de muslamen aquí y pezoncillo allá. ¿Desde cuándo «adulto» es sinónimo ineludible de NSFW? Al dar luz verde a este proyecto, seguramente aspiraban a seducir la nostalgia del niño que todos llevamos dentro (niño sádico, en este caso), pero tampoco es un melón que me interese abrir ahora —o me vería obligado a hablar de la proliferación de sucedáneos de Stranger Things—. Si tienes claro a tu público objetico, ve a por él con todo lo que tengas. Dicho de otro modo, estoy completamente a favor del fanservice bien ejecutado; yo elegiré si me interesa o paso de largo. Por esta razón y a pesar de varios «peros», pienso que Sonnie’s Edge, corto de apertura que aúna los puntos fuertes y débiles del enfoque elegido (ultraviolencia, abuso sexual, tecnología, estética cyberpunk y kaijūs), termina saliendo victorioso del reto. A causa de los implicados en esta serie, confiaba en que el espectáculo iniciado por Sonnie’s Edge fuera un aperitivo de lo que aguardaba más allá; sin embargo, el camino estaba plagado de socavones.


«You’ve seen one post-apocalyptic city,
you’ve seen them all.»

XBOT 4000 (Three Robots)


No vale la pena comentar las 18 historias a fondo. Al fin y al cabo, el gusto subjetivo afecta por completo al visionado. Por ejemplo, hubo algunos episodios que me produjeron bostezos, como el patriotero Shape-shifters, solo para machos de pelo en pecho, o un horror espacial desperdiciado como Beyond the Aquiila rift ―favorito de la audiencia, según he visto online—. Otros, como The Secret War o Lucky 13 se mueven bien dentro de su zona de confort, mezcla de intimismo, tópicos empleados hábilmente y claridad narrativa. En Ice Age no quiero ni pensar; tantísimo trabajo para… ¿qué? Hay divertimentos como Suits, que establece un diálogo evidente con Aliens y Starship Troopers mientras hace gala de un encanto genuino. Fish Night me cautivó por un uso atractivo del color y del renderizado cell-shading; la historia, además, rezuma una humanidad que la hace palpable, creíble. Y creo que va siendo hora de cerrar la entrada con el trío de finalistas por las que considero que merece mucho la pena zambullirse en Love, Death + Robots.

Imagen del cortometraje «When the yogurt took over», parte de la antología «Death, Love + Robots» (Netflix, 2019).

WHEN THE YOGURT TOOK OVER
Historia original: John Scalzi (leer aquí)
Dirección: Victor Maldonado y Alfredo Torres (Blow Studio)

Tres de los dieciocho cortos son humorísticos y los tres están basados en relatos de John Scalzi. ¿Coincidencia? Claro que no. El americano se desenvuelve en la comedia como pez en el agua y tanto Three Robots como Alternate Histories (sobre hipotéticas muertes de Hitler y sus resultados) hubieran podido ocupar este lugar, pero creo que When the yogurt took over los supera porque puntúa altísimo en todos los campos. En menos de 5 minutos cuenta lo que quiere contar y critica lo que quiere criticar: estamos gobernados por incompetentes y nos falta espíritu hasta el punto de que un yogur que ha adquirido consciencia los reemplazaría sin problema. Es más, lo haría tan estupendamente que toda nuestra especie dependería de él —han pasado 10 años de su publicación y sigue sonando actual—. El estilo visual, sencillo pero plagado de detalles, le sienta como anillo al dedo a la historia.

GOOD HUNTING
Historia original: Ken Liu (leer aquí: Parte 1 | Parte 2)
Dirección: Oliver Thomas (Red Dog Culture House)

China, siglo XIX. La magia campa a sus anchas y los humanos coexisten con seres mitológicos. Yan y su madre son hulijing, espíritus zorro cambiaformas; Liang y su padre son cazadores de espíritus que han sido contratados para acabar con la criatura que ha hechizado al hijo de un mercader. A pesar de un primer encuentro conflictivo, Yan y Liang mantienen una peculiar relación a lo largo de los años y aprenden a sobrevivir en un mundo en modernización constante bajo el yugo inglés. A medida que la magia se desvanece, el vapor y el cromo consolidan su hegemonía… lo que supone rebasar las fronteras de género al pasar con elegancia de la fantasía al steampunk/silkpunk. Las emociones de los protagonistas sirven de nexo. Sin embargo, Love, Death + Robots es una serie concebida por un equipo eminentemente masculino y dirigida a un público masculino y dichas emociones, que palpitaban en papel, se pierden un poco por otros derroteros. Este hecho resulta en un producto que adolece del mal de siempre: la cosificación de la mujer a través de la mirada masculina (male gaze), así como ciertos cambios en la historia que pervierten las intenciones y la naturaleza de Yan tal como se sugería en la historia original de Ken Liu. Lo explican muy bien en este artículo cuya lectura recomiendo. Considerando que una de las intenciones de Liu era poner en entredicho la misoginia inherente a las leyendas sobre hulijings —la otra era abordar la lacra del colonialismo—, es una lástima que este cambio injustificado de enfoque lastrara el mensaje original. Con todo, el autor quedó satisfecho con la adaptación.

Imagen del cortometraje «Zima Blue», parte de la antología «Death, Love + Robots» (Netflix, 2019).

ZIMA BLUE
Historia original: Alastair Reynolds
Dirección: Robert Valley (Passion Animation Studios)

Hace más de 100 años que Zima no concede entrevistas. Famoso por la abstracción progresiva de sus gigantescos murales, una obsesión que lo llevó a modificar su cuerpo para alcanzar las estrellas y teñirlas de azul, ha decidido romper su silencio… y hasta aquí puedo leer. Zima Blue son 9 minutos de gloria. Es una joya de la animación, una bella reflexión sobre la esencia del arte, el sentido de la vida y la felicidad, nada menos. Además, brilla en todos los apartados: intérpretes, sonido, montaje, etc. La estética hiperestilizada derrocha personalidad. ¿Conocéis los primeros vídeos de Gorillaz? Entonces ya sabéis de lo que son capaces en Passion Animation Studios. Estas maravillas sobre Wonder Woman y los Beatles también hablan por sí solas.

No he leído el relato de Alastair Reynolds en que se basa el corto, conque ignoro la fidelidad de esta adaptación. No obstante, tras ver Zima Blue me invade la calma. Siento plenitud. Es la realización espiritual del trabajo bien hecho. ¿Se habrán empapado de la esencia de la obra? Tiene aroma de cifi clásico, introspectivo, y me recuerda poderosamente a Animatrix, a la que con total seguridad tengo mitificada. Imaginad cuantísimo me ha gustado Zima Blue para meterla en el mismo saco, el de la nostalgia que con tanto ahínco Netflix quiere desenterrar. Si tiene alguna pega es la de encontrarse en decimocuarta posición de la antología. Es probable que el interminable cuarto de hora de Shape-shifters (el décimo) haya agotado la paciencia del espectador antes de hora. Aguantad, por favor. Y rezad conmigo por que en la segunda temporada Netflix incluya al menos otra pieza que desentone con semejante gracia.


«But it was my world.
It was all I knew, all I needed to know.»

Zima (Zima Blue)


En conclusión, aunque Love, Death + Robots me deja un regusto agridulce, vale la pena extraer lo positivo de la experiencia. Algunos cortos quitan el aliento, otros empujan el fotorrealismo a nuevas cotas de excelencia sin límite aparente, sobre todo en lo referente a creación de mundos. Las herramientas disponibles —que aumentan cada año— posibilitan la aparición de nuevos estilos o fusiones que hasta ahora solo eran concebibles en el ámbito pictórico. En este sentido, reivindico The Witness como exponente de técnicas pioneras y de Good Hunting o Zima Blue para rogar que no se abandonen los métodos de animación tradicionales. Los buenos resultados están ahí. De cara al segundo volumen de la antología, espero que la barrera a superar no se limite a carne por metro cuadrado o hemoglobina vertida y la transgresión venga en forma de mejores historias y nuevas narrativas.

Series: «LOVE, DEATH + ROBOTS»
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